Ya estoy en casa.


La noche era silenciosa, el cielo estaba despejado y la luna brillaba con toda su fuerza. El campo verde se extendía durante cientos de metros y en el fin de este en frente de un espeso bosque se encontraba una casa de madera.
La construcción había sido edificada hace décadas y hoy se encontraba abandonada. En medio de la noche solo la leve brisa rompía el silencio atravesando las rendijas de las tablas carcomidas y húmedas que se desprendían por trozos.
La hierba que crecía alrededor de la casa ocultaba cualquier camino que alguna vez hubo y entre sus raíces yacían los vestigios de un pavimento de rocas colocadas con sumo cuidado durante sus tiempos dorados. Unos pasos a lo lejos se escucharon cuando la noche era más oscura, el sonido de la hierba siendo aplastada pareció silenciar a la brisa y los pasos rítmicos ganaban más relevancia a medida que los segundos pasaban. Su dueño era apenas una sombra visible gracias al resplandor de la luna.
Aquello que se acercaba traía una pesadez que se sentía en todo el ambiente, su andar tosco, pesado y desganado se transmitía con su imagen y el sonido de sus pasos. Al llegar a la entrada comenzó a murmurar... sollozar algunas palabras inentendibles mientras se encontraba mirando el suelo lleno de hierbas. Desde lo lejos se distinguía su silueta ahora ocultada por la casa.
No había nadie en aquel lugar, solamente aquella presencia carente de humanidad que transmitía un lamento apagado. La vieja casa comenzó a crujir, primero solamente fue una tabla que pareció compadecerse de los lamentos de aquel ente lanzando un sonido y seguidamente cada trozo de madera comenzó a retorcerse como si aquella vieja residencia intentara consolar y detener los sollozos de la sombra frente a su entrada principal.
Todo se enmudeció de repente cuando la aparición levanto su mano y toco la perilla de la puerta principal, giró de ella lo más despacio posible despertando así al oxidado mecanismo que emitió un llanto en forma de un penetrante y prolongado sonido metálico. La puerta abriéndose sonó como una trompeta que se escuchó en toda la casa anunciando al visitante que comenzó a caminar hacia adentro con los mismos pasos pesados.
Las puertas se cerraron lentamente y en silencio, en el interior de la vieja casa ahora se escuchaba una respiración pesada y cansada que al suspirar largamente susurro con una voz gruesa pero suave: "Ya llegué casa... ahora puedo descansar..."

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